lunes, 25 de noviembre de 2013

Star Trek Voyager: Fisuras (Action Tales)

      La mayor parte de las historias que he escrito para Action Tales pueden enmarcarse dentro de la ciencia ficción, un género que siempre me ha gustado y con el que me siento muy cómodo a la hora de ponerme a teclear delante de un ordenador. Ejemplos de este tipo de historias en la página (escritas por mí, quiero decir) podría poner muchos, pero hoy vengo a presentar la que considero más "pura" al no recurrir a toques de aventura o acción para "aligerar" el conjunto, como he hecho en otros tantos casos. 

      Star Trek Voyager es una de las aportaciones más importantes de Miguel Ángel Naharro (Doc Banner) a la página de Action Tales; una serie para la que ha escrito un total de 27 números más dos anuales, estructurados en forma de temporadas que vendrían a continuar la serie de televisión allí donde se quedó. Y bueno, a pesar de no haber visto un solo capítulo de ST Voyager en mi vida, debo decir que me enganché rápidamente a las historias de Doc hasta el punto de que después de seguir las aventuras de la USS Voyager durante todos estos años, conozco a sus tripulantes como si no me hubiera perdido ninguna de sus temporadas televisivas.

      No es de extrañar por tanto que cuando Miguel Ángel me ofreció hace ya un tiempo la oportunidad de participar con algún relato corto en el que sería un muy especial #25 de la serie (número redondo, y además conclusión de una de sus sagas más ambiciosas: Las Guerras Borg), aceptara sin rechistar, y fue así como Fisuras apareció publicado como complemento de ese número, en el que sería mi único contacto hasta la fecha con el universo Star Trek.

      Fisuras es posiblemente mi relato menos complaciente con el lector, donde reconozco que mi objetivo principal fue darme el gusto de escribir una historia de ciencia ficción pura y sin concesiones, pero aún así siempre he confiado en que los amantes de este tipo de relatos también disfrutaran con él.

      La historia comienza tal que así:

    Reginald Barclay trató de reducir el ritmo acelerado de su respiración mientras caía lentamente hacia la superficie del pequeño planeta sin atmósfera. La distancia que separaba a la Delta Flyer II del suelo apenas superaba los doscientos metros, pero al ingeniero de diagnóstico de sistemas de la USS Voyager le resultaba muy difícil hacerse una idea de su avance, sumido como estaba en la oscuridad más absoluta.

      El planeta, poco mayor que la luna terrestre, orbitaba alrededor de una enana marrón, cuya luz tan débil como difusa era incapaz de proporcionar la visiblidad con que suele contar cualquier sistema planetario estándar. A medio camino entre una pequeña estrella y un gigante gaseoso de características similares a Júpiter, la enana marrón se mostraba como una modesta esfera iridiscente, apenas distinguible en el negro firmamento estelar.

      Mientras seguía cayendo en una gravedad cercana a cero, Reginald trató de localizar el lugar hacia el que se dirigía: un pequeño complejo científico situado al pie de una montaña de varios kilómetros de altura, que en circunstancias normales hubiera destacado en la penumbra planetaria, debido a las numerosas hileras de luces rojas y blancas que delimitaban su estructura semiesférica. Sin embargo, los focos de luz, al igual que los restantes dispositivos electrónicos con los que contaban aquellas instalaciones, habían interrumpido su actividad de forma simultánea tras el accidente.

     Reginald Barclay tocó suelo sin llegar a ver su destino en ningún momento. Por un instante miró hacia arriba, buscando alguna señal de la Delta Flyer II, pero la distancia que le separaba de la nave que le había traído hasta allí era demasiado grande como para que pudiera apreciar los débiles puntos de luz que marcaban su posición.

         -¿S-sigues ahí, T-Tom? –preguntó al transmisor incorporado en su traje.
       -Aquí sigo, Reggy –contestó el otro desde la Delta Flyer II. –¿Has llegado ya a la superficie?-.
        -S-sí, a-acabo de hacerlo. A-aún no veo n-nada, pero seguiré las indicaciones del dS-metro para guiarme-.
       -Ya sabes que el Invernadero 8 no debe estar a más de cinco minutos de donde te encuentras, Reginald-.
          -L-lo sé, Tom-.
           -Suerte compañero. A partir de ahora te quedas solo –concluyó Tom Paris.

         ¿Por qué ha tenido que decir eso?, pensó Reginald tragando saliva con dificultad.

      Reginald Barclay se detuvo entonces a observar la pequeña circunferencia de color verde que había aparecido en la parte interna de su visor nada más pisar el suelo del planeta: una delgada línea azul la cruzaba de parte a parte, variando su ángulo en función de la dirección hacia la que él girase la cabeza. Era el dS-metro, o contador de entropía, y en aquel momento era el único sistema que podía guiarle hasta el complejo científico que debía localizar.

Continúa en Star Trek Voyager #25

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