La mayor parte de las historias que he escrito para Action Tales pueden enmarcarse dentro de la ciencia ficción, un género que siempre me ha gustado y con el que me siento muy cómodo a la hora de ponerme a teclear delante de un ordenador. Ejemplos de este tipo de historias en la página (escritas por mí, quiero decir) podría poner muchos, pero hoy vengo a presentar la que considero más "pura" al no recurrir a toques de aventura o acción para "aligerar" el conjunto, como he hecho en otros tantos casos.
Star Trek Voyager es una de las aportaciones más importantes de Miguel Ángel Naharro (Doc Banner) a la página de Action Tales; una serie para la que ha escrito un total de 27 números más dos anuales, estructurados en forma de temporadas que vendrían a continuar la serie de televisión allí donde se quedó. Y bueno, a pesar de no haber visto un solo capítulo de ST Voyager en mi vida, debo decir que me enganché rápidamente a las historias de Doc hasta el punto de que después de seguir las aventuras de la USS Voyager durante todos estos años, conozco a sus tripulantes como si no me hubiera perdido ninguna de sus temporadas televisivas.
No es de extrañar por tanto que cuando Miguel Ángel me ofreció hace ya un tiempo la oportunidad de participar con algún relato corto en el que sería un muy especial #25 de la serie (número redondo, y además conclusión de una de sus sagas más ambiciosas: Las Guerras Borg), aceptara sin rechistar, y fue así como Fisuras apareció publicado como complemento de ese número, en el que sería mi único contacto hasta la fecha con el universo Star Trek.
Fisuras es posiblemente mi relato menos complaciente con el lector, donde reconozco que mi objetivo principal fue darme el gusto de escribir una historia de ciencia ficción pura y sin concesiones, pero aún así siempre he confiado en que los amantes de este tipo de relatos también disfrutaran con él.
La historia comienza tal que así:
Reginald
Barclay trató de reducir el ritmo acelerado de su respiración mientras caía
lentamente hacia la superficie del pequeño planeta sin atmósfera. La distancia
que separaba a la Delta Flyer II del suelo apenas superaba los doscientos
metros, pero al ingeniero de diagnóstico de sistemas de la USS Voyager le
resultaba muy difícil hacerse una idea de su avance, sumido como estaba en la
oscuridad más absoluta.
El
planeta, poco mayor que la luna terrestre, orbitaba alrededor de una enana
marrón, cuya luz tan débil como difusa era incapaz de proporcionar la
visiblidad con que suele contar cualquier sistema planetario estándar. A medio
camino entre una pequeña estrella y un gigante gaseoso de características
similares a Júpiter, la enana marrón se mostraba como una modesta esfera
iridiscente, apenas distinguible en el negro firmamento estelar.
Mientras
seguía cayendo en una gravedad cercana a cero, Reginald trató de localizar el
lugar hacia el que se dirigía: un pequeño complejo científico situado al pie de
una montaña de varios kilómetros de altura, que en circunstancias normales
hubiera destacado en la penumbra planetaria, debido a las numerosas hileras de
luces rojas y blancas que delimitaban su estructura semiesférica. Sin embargo,
los focos de luz, al igual que los restantes dispositivos electrónicos con los
que contaban aquellas instalaciones, habían interrumpido su actividad de forma
simultánea tras el accidente.
Reginald
Barclay tocó suelo sin llegar a ver su destino en ningún momento. Por un
instante miró hacia arriba, buscando alguna señal de la Delta Flyer II, pero la
distancia que le separaba de la nave que le había traído hasta allí era
demasiado grande como para que pudiera apreciar los débiles puntos de luz que
marcaban su posición.
-¿S-sigues
ahí, T-Tom? –preguntó al transmisor incorporado en su traje.
-Aquí
sigo, Reggy –contestó el otro desde la Delta Flyer II. –¿Has llegado ya a la
superficie?-.
-S-sí,
a-acabo de hacerlo. A-aún no veo n-nada, pero seguiré las indicaciones del dS-metro para guiarme-.
-Ya
sabes que el Invernadero 8 no debe estar a más de cinco minutos de donde te
encuentras, Reginald-.
-L-lo
sé, Tom-.
-Suerte
compañero. A partir de ahora te quedas solo –concluyó Tom Paris.
¿Por qué ha tenido que decir eso?, pensó
Reginald tragando saliva con dificultad.
Reginald Barclay se detuvo entonces a observar la
pequeña circunferencia de color verde que había aparecido en la parte interna
de su visor nada más pisar el suelo del planeta: una delgada línea azul la
cruzaba de parte a parte, variando su ángulo en función de la dirección hacia
la que él girase la cabeza. Era el dS-metro, o contador de entropía, y en aquel
momento era el único sistema que podía guiarle hasta el complejo científico que
debía localizar.
Continúa en Star Trek Voyager #25
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